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Hollywood y todas sus pantallas, chicas y grandes, nos vendieron la idea de que las buenas películas son esas en las que hay un muerto, una persecusión o un episodio romántico al menos cada 5 minutos. Nos acostumbramos al vértigo permanente, a una montaña rusa de emociones que aterriza en un final feliz; aún cuando este esquema sea tan diferente a la vida cotidiana en la que ocurre algo extraordinario de cuando en cuando y ese suceso extraño pocas veces tiene un cierre favorable para los «buenos» y terrible, osea justo, para los «villanos».

Esta definitivamente no es esa clase de película, y por tanto resultará aburrida para muchos, pero a mi me cautivó. La historia rescata ese encanto de los sucesos pequeños que terminan por transformar la vida de las personas (aunque esa transformación no sea tan evidente como las que resultan de un tiroteo o un romance desenfrenado); nos muestra un viaje que, como en todo buen filme, es al mismo tiempo un recorrido por el espacio físico (que en este caso son hermosísimos paisajes colombianos) y una travesía al interior de los personajes. La fotografía es tan espectacular que produce envidia e inquietud. Los personajes (todos actores naturales) son sujetos verdaderos, de carne y hueso, no esas figuritas de album que tantas veces nos encontramos en el cine. La forma como se exploran asuntos particulares de ese realismo mágico que habita el norte de Colombia, resulta poética e insinuante. En fin, este filme reune una serie de características que lo hacen único, pero que me haya gustado a mi -anónima bloguera en este mar de información- seguramente no les dice nada, así que les recomiendo que se informen un poco sobre la arroyadora participación que tuvo en el Festival de Cannes: http://www.terra.com.co/cine/articulo/html/cne2352-los-viajes-del-viento-sorprende-en-festival-de-cannes.htm

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